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Todos (todas las especies) estamos en contacto constante con el ambiente y con otros organismos. Estos contactos son precisamente lo que nos mantiene vivos, las interacciones con el ambiente - agua, aire, suelo- y con otros organismos -agricultura, ganadería, pesca- que nos proveen de bienes y servicios. Estos ejemplos de interacciones son, generalmente, los más fáciles de identificar para las sociedades humanas, pero hay otros tipos de interacciones que han sido, a través de la historia de la evolución de la vida en el planeta, determinantes de las propiedades de nuestros habitats y estrategias de supervivencia.
Interacciones bióticas como las que tenemos con los organismos que viven en nuestro estómago, que en el mejor de los casos son de tipo mutualista -los dos nos beneficiamos de la relación- o comensalista -nuestros inquilinos se benefician sin afectarnos negativamente-, o en el peor de los casos pueden ser de parasitismo -y entonces enfermamos. O por ejemplo cuando defendemos nuestros recursos -competencia- o cuando nos convertimos en desafortunadas víctimas de otros animales -depredación-.
Un gran número de científicos ha resaltado la innegable importancia de estas interacciones en la evolución de las especies, y muchos se han dedicado a investigar si (y como) estas interacciones van afectando y “modificando” el camino evolutivo de las especies.
Una de las formas en las que, en este camino evolutivo, se da origen a nuevas especies es el aislamiento geográfico -alopatría-, este aislamiento genera una barrera entre las poblaciones que favorece cambios en las poblaciones aisladas. Esta barrera es obvia cuando se trata de un obstáculo como la formación de cadenas montañosas, pero es menos visible en casos como aquellos en los que esta barrera física no es palpable.
En un estudio reciente publicado en la revista Ecography, Eliecer E. Gutierrez y colegas, investigaron en detalle la posibilidad de que las interacciones bióticas sean las responsables de crear y mantener este aislamiento geográfico. Gutierrez y colegas, enfocaron su estudio en un tipo de interacción -competencia- y para su estudio seleccionaron dos especies de marsupiales neotropicales: Marmosa robinsoni y Marmosa xerophila.
Usando la información que han recolectado y estudios previamente publicados sobre estas especies, desarrollaron modelos de nicho ecológico, con el fin de identificar los patrones geográficos de estas dos especies y examinar la conectividad entre sus poblaciones. Los autores encontraron que a pesar de que las condiciones ambientales son aptas para las dos especies, una de las especies tiene una distribución restringida (M. robinsoni) mientras que la otra se encuentra más ampliamente distribuida en el ambiente (M.xerophila). Y esta distribución restringida de M.robinsoni, de acuerdo con los autores, puede ser debido a la interacción con M.xerophila.
Este estudio no solo es relevante para el área de ecología y evolución, también es un ejemplo claro de la complejidad de la red de vida de la que todos hacemos parte y la importancia de cada uno de sus nodos (especies) en la estructura y funcionamiento de los ecosistemas en el planeta.